- Dimensiones del ser humano
Una visión sencilla del desarrollo del ser humano supone una mirada longitudinal que empieza en el deseo de los padres, sigue con la infancia, atraviesa la adolescencia y después de pasar por la edad adulta y vejez, anuncia la muerte como etapa final del desarrollo. Es una visión que corresponde a aquella frase que aprenden los niños en la escuela: “el ser vivo nace, crece, se reproduce y muere”.
Uno podría preguntarse si ese sencillo esquema lo resume todo o si no se puede dar una mirada un poco más profunda. Cabe preguntarse, por ejemplo, por una teleología del desarrollo: ¿Qué hay más allá del desarrollo? ¿Es una línea recta, o talvez curva como aquellas que nos muestran los estudios estadísticos?
Sin desconocer la importancia de un conocimiento del desarrollo en las diversas etapas de la vida, creo que podría pensarse en el ser humano que las vive, y en algunas dimensiones de la vida de este ser, dimensiones que siempre están ahí presentes, cualquiera sea la etapa o período, presentes aunque manifestándose en formas diferentes.
El cuerpo, como primera dimensión, ofrece un panorama de cambios maravillosos, bellamente registrados por la imageneología, tanto del interior como del exterior de ese ser que, iniciándose en unas pocas células, adquiere luego una talla y un peso, unas proporciones y unas figuras que anuncian el recorrido por la vida.
Pero ese niño u hombre no están solos en este universo, desde antes de la concepción hay una mujer y un hombre que lo vislumbran, lo esperan, lo desean. En mi experiencia de entrevistador conocí a un chico llamado Aichawe, cuyo nombre indudablemente llamó mi atención; me contó cómo su padre, admirador de un expresidente norteamericano quiso colocarle el nombre de Eisenhower, porque en su deseo vislumbraba un hijo importante para su comunidad; el nombre, alterado y deformado por los encargados de la notaría respectiva, era un llamado a la grandeza. El nombre muchas veces denota la ilusión de unos padres, a veces muchos días antes de que se produzca la concepción física. El deseo es un concepto y un elemento vital que la psicología aporta al conocimiento del desarrollo humano, pues aunque no tenga una concreción física ni una residencia en algún lugar específico del cuerpo, sí marca unos senderos para recorrer durante el ciclo vital.
El deseo nos vincula con el otro, hombre o mujer, adulto o niño, convierte la necesidad en una relación interpersonal que va a determinar muchas cosas en nuestra existencia. La necesidad de alimento en la lactancia, por ejemplo, va mucho más allá de la simple nutrición física, convirtiéndose la relación madre – hijo en un paradigma de futuras relaciones. El cuerpo materno es un representante del cosmos y su tersura y calor seguramente va a inaugurar el acercamiento o el miedo en futuras relaciones.
Entonces, las relaciones diádicas constituyen una segunda dimensión, que es también responsable del lenguaje, tanto del oral como del gestual y del de las caricias que, más tarde, tendrán la expresión adulta en las relaciones de noviazgo y de pareja. Por eso el desarrollo debe recibir el aporte de la educación para que el individuo pueda valorar la importancia de la pareja, como primer grupo humano, generador de vidas, elemento básico de la existencia de colectivos, pueblos y generaciones.
En el ciclo vital, el ser humano empieza a general procesos internos de conciencia, que lo llevan a reconocer la existencia de algo más allá del cuerpo, pero con residencia en el cuerpo, algo que ha sido llamado mente y que es la responsable de muchos fenómenos intelectuales que hacen posible el conocimiento, que abren el espacio de la admiración, la contemplación, la explicación y la elaboración de teorías que permitan comprender el cosmos circundante.
Esa tercera dimensión que llamamos cognitiva incluye la simbolización, la inteligencia, la organización del conocimiento; y como recursos de trabajo la atención, la percepción y la memoria. Decíamos que residen en todo el cuerpo pues vemos con los ojos y escuchamos con el oído, pero también atendemos con la piel y sentimos placer o dolor en cualquier centímetro de nuestra anatomía.
El proceso mental por excelencia, es para mi la metacognición porque, no teniendo un sentido (receptor sensorial) ni debiéndose expresar de otra manera que mediante el lenguaje interior, nos hace caer en la cuenta de que somos, de que estamos pensando, de que podemos ser sujeto y objeto de estudio al mismo tiempo. Los desarrollos que tiene la metacognición en ciertas experiencias de algunas personas, como la introspección, la meditación y el autoanálisis e, incluso, en algunos estados alterados, hacen que la metacognición ocupe un lugar privilegiado dentro de los fenómenos típicamente y profundamente humanos.
Pero la conciencia no puede quedarse en la individualidad y el otro, sea pareja o amigo o interlocutor, nos informa que nuestro desarrollo psicológico y social no podría darse en ausencia de otros seres humanos que pueblan nuestro planeta y, más cercanamente, nuestra ciudad o nuestro barrio. La división del trabajo permite también la satisfacción de diversas necesidades y, aun el hombre más solitario, no podría vivir sin una cultura y una sociedad que den un marco de referencia y unas claves comunes para sobrevivir, a la manera de Robison Crusoe quien sobrevivió gracias a la cultura que llevaba dentro de su mente y en los restos que le quedaron del naufragio.
Entonces aparece la dimensión social como determinante del desarrollo del individuo, proporcionándole instrumentos que entran a ser parte de su mundo.
Una vez iniciada la etapa de los sueños en la adolescencia, en los que generalmente se vislumbra un porvenir mejor y se bosqueja la visión que orientará la vida profesional y social, viene la formulación de una misión frente a los demás, a la sociedad y al país, aquello que se producirá y entregará al otro colectivo, para aunar los intereses individuales y los sociales y, para que así, tenga validez y aceptación aquello que empieza como una fantasía adolescente.
En el camino de la realización de aquellos sueños aparecerá
la Universidad, como segunda madre que forma, con la nebulosa de los ideales apenas delineados, todo el universo de contenidos, unos científicos, otros humanísticos, otros instrumentales, para lograr una concreción mediante la teoría y la metodología del quehacer profesional. La expresión “alma mater” dirigida a
la Universidad podría traducirse coloquialmente como “madre del alma”, es decir, aquel cuerpo que formará la mente del chico soñador, exigiendo la disciplina del estudio para que la otra dimensión, la dimensión profesional empiece a tener forma.
La realización profesional exige la aparición de otras manifestaciones del ser, algunas ya conocidas por el mismo sujeto, otras latentes y con necesidad de manifestarse a través de la praxis profesional cotidiana. Aparece entonces la dimensión creativa, aquella que siempre se ha requerido para la expresión del talento, pero más en la época actual, en la que la incertidumbre es lo único cierto. Desarrollar y manifestar el ingenio, las inteligencias, los dones o los talentos, como se quiera llamar, para poder afrontar una realidad mundial, política y social cada vez más compleja. Preparase para lo inesperado, para lo insólito, llámese milagro o hecatombe, moldear la esperanza para recibir lo insólito, abrir los ojos de la mente para ver lo impre-visible; todo esto exige la puesta en juego de una dimensión creativa, en la que el ser en desarrollo, siempre en desarrollo, se prepara para responder.
En apoyo de la creatividad, el ser buscará algunas fuentes de inspiración que proporcionan la naturaleza y la cultura. La música, ese lenguaje cósmico que se expresa en las maderas y en los vientos, llena el alma de un amor inigualable, siempre allí, siempre presente a pesar de todas las adversidades. La poesía, la pintura, la literatura, todos aquellos legados de la humanidad al joven que crece, son los regalos de la historia para que, apoyado y enriquecido con ellos, el joven adulto empiece su camino de recibir y dar, como sujeto activo del entramado generacional.
Finalmente aparece la dimensión trascendente, como una forma de relacion con la vida, con el cosmos, con la historia, con la responsabilidad social y con el legado después de la muerte. Si la muerte no existiera no tendríamos que pensar en la trascendencia. Pero los sueños no pueden terminar con la muerte porque los sueños también incluyen los hijos, los alumnos, los que han aprendido algo del adulto.
El adulto, el ser en la etapa de desarrollo en que tiene como principal función dar de sí a los demás, el que ha recibido mucho y ahora tiene que entregar a las nuevas generaciones, empieza a vivir esa dimensión trascendente en el trabajo cotidiano de la formación de las nuevas generaciones. El legado de la vida pasa a otras manos, que a su vez harán la creación de nuevas manos, y por medio de las descendencias se cumplirá con la ley cósmica de la creación. El ser en desarrollo, en una etapa mayor de la existencia, podrá cumplir con aquello que dice un popular dicho de la sabiduría colectiva: criar un hijo, sembrar un árbol, escribir un libro. Aquellas cosas que vivirán después de que la muerte culmine el desarrollo.
Algunos creemos que la misión trascendente conlleva también un camino religioso, por ser la fe una fuente de inspiración, de sentido de la existencia, por aportar propuestas éticas y de valores, por dar a los momentos difíciles un apoyo y un alivio.
- Resiliencia
A veces, un discurso psicológico tradicional, tiene la forma de un cuento de hadas, con parámetros demasiado fáciles para algunos y demasiado difíciles o imposibles para otros. Cuando se dice por ejemplo que, cuando se ha sido feliz en la niñez se tendrá una felicidad igual en la vejez; o que aquel niño que es amado por ambos padres tendrá un mejor desarrollo con su pareja y con el hogar que construya; o cuando se afirma que el hecho de que se reconozca el talento de un niño desde muy temprano, facilitará el desarrollo del mismo posteriormente. Este es un discurso que yo llamo “de línea recta” donde todo lo que pasa de cierta forma en la niñez, termina de la misma forma en la etapa adulta, apoyándose en la afirmación de que “el hombre es producto del niño”.
Este discurso es importante como paradigma educativo, que promueve el amor en las familias, la estabilidad de la pareja y la importante relación padres –hijos, no solo como responsabilidad sino también como ternura y acompañamiento en un trecho largo de la vida. No negamos la importancia de este discurso en tal sentido. Pero siempre tendremos que hacer la pregunta: Y los chicos que no tienen esa afortunada familia, ¿qué? ¿Están condenados a la mediocridad o a la enfermedad psicosocial o a la inutilidad en sus vidas?
Recuerdo una niña de 13 años, que me abordó en el patio de un colegio y me preguntó: ¿Yo soy anormal? Y luego me contó que sus padres eran separados y que algún profesor les dijo que los niños que tenían padres separados no eran normales. Es posible que esas palabras no hayan sido exactamente las que dijo el profesor, pero la niña las interpretó así. Alli es cuando tiene lugar la resiliencia, como posibilidad de convertir en positivo lo que no ha sido dado en la forma deseable
Hay varios hechos y casos humanos, que demuestran que no todo es tristeza para el que ha sido rechazado, que no siempre el niño infeliz lo sigue siendo, que a veces hay jóvenes que no tuvieron padre pero que son padres ejemplares cuando adultos. Un director regional de Bienestar Familiar en años pasados, fue un niño que creció en una institución; desde su cargo de director, trabajó intensamente por los niños y por las familias de la región, dando un gran aporte a la sociedad.
La resiliencia, palabra tomada de la física o de la química, alude a una propiedad de algunas sustancias, como el acero, que recobran su forma a pesar de los intentos de deformarlas. Asimismo, algunos seres, en su desarrollo psicológico, logran aprender a hacer lo que nunca les enseñaron, se tornan fuertes a pesar de haber sido niños débiles, adquieren una personalidad y un talante que no habrían imaginado quienes los vieron crecer en un medio ambiente hostil y lleno de dificultades.
Un viejo texto que conservaba mi padre, publicado en las Lecturas dominicales de El Tiempo, en 1965, con el título de “Las cunas de la celebridad”, cita muchos casos de los que rescato algunos:
Maurice Chevalier fue hijo de un padre violento y maltratante.
Los padres de Kruschev eran analfabetas.
Nasser fue un niño sobreprotegido por la madre.
Toulusse Lautrec tenía varias deformidades en su cuerpo.
El diagnóstico escolar que dieron a Einsten fue singular: “Muchacho mal adaptado, sin amigos, alumno problema, este chico va a tener serios trastornos mentales cuando sea adulto”.
Shakira, nuestra cantante nacional, fue rechazada por el profesor de música y sacada de las clases de canto, porque “no tenía voz” para cantar bien.
Según Victor y Mildred Goertzel, investigadores norteamericanos, citados en el artículo de El Tiempo, de 400 casos de “celebridades” estudiadas, el 80 por ciento tuvo problemas de infancia, maltrato o sobreprotección, madre dominante, padre ausente, familia inadecuada, etc. El padre de Charles Chaplin murió alcohólico, la madre de Yehudi Menuhin fue altamente dominadora.
No todos los hombres célebres fueron al colegio o a la universidad. Thomas Edison y Marconi estudiaron en casa.
La cita es muy larga, pero el comun denominador es la respuesta a la adversidad, a veces una respuesta admirable, como la de Beethoven componiendo música en medio de la sordera.
Este fenómeno de la resiliencia cuestiona los modelos de la psicología del desarrollo de “línea recta”. Pero, sobre todo, propone una forma diferente de ver las cosas y da una esperanza a muchos niños y jóvenes víctimas de circunstancias desfavorables.
Una investigación universitaria interesante podría encargarse de examinar el fenómeno de la resiliencia en nuestro medio, no solo para conocer casos sino para fundamentar nuevos aportes a la pedagogía. La psicología del desarrollo reformulada desde la resiliencia como concepto fundamental, sería una fuente de esperanza para profesores de niños y jóvenes que hoy crecen en medio de tantas dificultades sociales, económicas y familiares.
- Proyecto de vida
Un estudio de
la Psicología del desarrollo no podría estar completo sino culmina en una formulación para la vida. Contentarse con una descripción simple de lo que es el desarrollo, en términos estadísticos, de pesos y medidas o de tareas para lograr a medida que ocurre el crecimiento, sería quedarse solo con la primera parte del trabajo. Eso es lo que típicamente se encuentra en los libros norteamericanos de psicología del desarrollo.
Ahondando en la comprensión de los fenómenos del crecimiento y del desarrollo, están los aportes del psicoanálisis, de las teorías sociales como la de Erik Erikson, de la teoría sociogenética de Vigotsky, de los trabajos sobre significatividad del aprendizaje de Ausubel.
Pero luego de las propuestas explicativas que aportan estas y otras teorías, viene la pregunta por la teleología de este conocimiento: ¿para qué? ¿Qué sentido tiene para la vida del estudiante o del investigador este conocimiento sino le aporta a su proyecto existencial o al proyecto de vida de su comunidad?
No es este el espacio para esbozar una teoría o una metodología de lo que es un Proyecto de vida, pero mi idea o propuesta es que, una perspectiva de la psicología del desarrollo, fundamentada en una visión multidimensional del ser humano y atravesada por la pregunta por la resiliencia, solo queda completa si se enriquece con la perspectiva que un proyecto le da a la existencia.
El trabajo de Victor Frankl sobre el sentido de la vida adquiere mayor importancia en una época y una sociedad como la nuestra, invadida por la mediocridad, la amenaza y la paranoia social. Víctor Frankl, desde la prisión en un campo de concentración donde moría gente a diario, gestó una nueva forma de terapia existencial, donde el sentido de la vida ocupa el primer lugar tanto teórica como metodológicamente.
Frankl no le pregunta a sus pacientes por el pasado sino por el futuro: ¿A dónde quieres ir? ¿Qué quieres hacer con tu vida? Basado en estas preguntas y las respuestas de sus pacientes, les ayuda a rediseñar su vida, a revisar sus deseos, a cuestionar lo que hace, etc. Es una terapia prospectiva en la que, lo fundamental, es el sentido de la existencia
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